PAKISTAN I
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ENTRADA EN PAKISTAN


Después de pasar los controles del lado iraní, llegamos al puesto fronterizo de Taftán a la una del mediodía. En la oficina de control de pasaportes, las dos personas vestidas con uniforme militar que están allí se sorprenden al vernos entrar. No se si se preparan para comer, rezar, dormir o las tres cosas juntas, pero seguro que no esperan a nadie más.

Por esta razón el trámite es rápido (claro está que de acuerdo a los parámetros pakistaníes) y nos asignan una persona para acompañarnos hasta la aduana situada a 500 metros de distancia. De otra manera hubiese sido imposible encontrarla debido a la falta de señalización. No existe un camino para llegar hasta allí y hay nada más que baches y arena.

Después de transcribir los datos del Toyota en dos enormes libros, que por el estado en el que se encuentran deben estar en uso desde la época de la independencia de los británicos, nos sellan el Carnet de Passage y nos desean buen viaje. En todo momento el trato es cordial y amable, no hay que pagar ninguna tasa y a nadie se le ocurre pedirnos una "colaboración", o sea dinero. De todas las fronteras que hemos cruzado hasta ahora, aquí en Taftán es en donde mejor nos han tratado y más cómodos nos hemos sentido.

A manera de despedida, nos recomiendan (mejor dicho, ordenan) que pasemos la noche en un pueblo a mitad de camino, Dalbandín, en lugar de recorrer en el mismo día los 660 kms que hay hasta Quetta. Según ellos, conducir de noche es peligroso por estar muy cerca la frontera con Afganistán, y la carretera parece ser que está en bastante mal estado, especialmente a partir de Dalbandín.

Por razones de seguridad nos asignan una escolta para recorrer los 3 kms que nos separan hasta el cruce de la carretera a Quetta. Se trata de un hombre mayor, alto y flaco, vestido con ropa militar tres tallas más grande que la suya, fusil de la Primera Guerra Mundial en la espalda y una moto echando humo que no va a más de 30 kms por hora y en cualquier momento se desarma por el camino. Ahora sí que nos sentimos seguros !



NUESTRA PRIMERA NOCHE EN PAKISTAN


La idea es llegar a Dalbandín tal como nos lo sugirieron en la frontera, pasar la noche allí y continuar al día siguiente rumbo a Quetta. La carretera está recién asfaltada, no hay camiones ni autobuses y son pocos los coches con los que nos cruzamos. Todo es desierto de arena a nuestro alrededor y sólo el ir y venir de jeeps militares nos recuerda que estamos a pocos kilómetros de la frontera con Afganistán, zona de refugio de grupos talibanes.

Debemos registrarnos en numerosos controles militares, situados a lo largo de la carretera en medio del desierto, más que nada por nuestra propia seguridad. Si nos pasara algo sabrían por donde buscarnos (siempre y cuando haya alguien que nos reclame...), inclusive a veces avisan por radio de nuestro próximo paso por el siguiente puesto. En cada control no hay más de tres o cuatro militares armados y cuando nos ven llegar es todo un acontecimiento para ellos. Nunca falta la invitación a una taza de té y se contentan sólo con nuestra compañía porque no conocen más de cuatro palabras en inglés. De todas formas muchas veces valen más los gestos o las sonrisas que las palabras, es gente muy pobre y todo cuanto nos piden es que les saquemos fotos...

Para no variar nuestra costumbre, llegamos a Dalbandín de noche. Parece un pueblo fantasma al costado de la carretera, todo oscuro debido a que en Pakistán la electricidad es un lujo y cuando la hay, muy pocos se la pueden permitir. Coincidimos en el único hotel del pueblo con una pareja francesa, otra danesa y un británico que viajan por separado en tres vehículos todo terreno, y con una pareja alemana con dos niños de 5 y 3 años que lo hacen en un camión vivienda.

El hotel Al-Aman, media estrella, cuenta con no más de 10 o 15 habitaciones. La primera planta está ocupada por una autoridad importante del gobierno del Baluchistán y sus custodios (soldados), sólo queda una habitación disponible y la ocupan los franceses, (fueron los primeros en llegar, nosotros los últimos... ), mientras que los demás viajeros deciden dormir en los vehículos al tenerlos adaptados para ello.

La planta restante está semidestruida y nos ofrecen una habitación vacía, sin muebles ni cama, sólo con los restos de lo que alguna vez fue una alfombra, llena de polvo. El baño tiene una bañera utilizada por última vez por los británicos en el siglo XIX, un lavabo del cual sale más agua por debajo que por el grifo, pero por increíble que parezca, cuenta con un inodoro que a duras penas aún se mantiene en pie y en la pared del fondo, un poster de la película Titanic. Es más de lo que necesitamos para pasar la noche...

Al no haber ningún sitio para comer, abrimos en el coche unas latas de atún y mejillones de nuestras reservas para casos de urgencia como éste. En el hall del hotel calentamos agua con el hervidor y nos preparamos un par de sopas instantáneas, el chico francés que pasa por allí nos comenta que la cena de ellos es la misma que la nuestra, aunque en la intimidad de la habitación. Y es que nosotros tenemos a cinco o seis pakistaníes del hotel alucinando al ver que la sopa es en polvo !

Nos invitan con té y galletas y según nos comenta Atifali, "General Manager" del hotel, esta coincidencia de extranjeros no es común. Cuando salimos a la calle, el lugar se transforma en una romería, máxime que es el único sitio con luz del pueblo. Los hombres del lugar que se acercan para hablar, los dos niños alemanes que llaman la atención por su pelo rubio, la policía que va de un sitio a otro sin tener claro que es lo que está pasando y los soldados armados con sus fusiles que nos piden sacarse fotos con nosotros, hacen de todo ello una escena surrealista. Decidimos finalmente irnos a dormir provistos de los colchones inflables, sacos de dormir, toallas y mantas que llevamos en el coche para casos como éste.

No puede decirse que haya sido de las mejores noches que pasamos, la temperatura debe haber llegado a los cero grado, la habitación es deprimente y lo peor de todo es el olor a gasoil que tienen los sacos de dormir. En Irán había llenado los dos jerrycans pero al cerrarlos mal, se derramó algo de gasoil dentro del coche sin reparar en que había llegado hasta dentro de las bolsas en donde están los sacos. A las nueve y media de la mañana estamos listos para continuar el viaje a Quetta, jamás nos levantamos tan temprano desde que salimos de Madrid...



EL BALUCHISTAN Y LLEGADA A QUETTA


La provincia del Baluchistán ocupa el 40 % de la superficie total de Pakistán y equivale en tamaño a las Islas Británicas. Sin incluir a un número indeterminado pero significativo de refugiados afganos, sólo cuenta con una población de algo más de seis millones de habitantes, la mitad de los cuales vive en un radio de 80 kms de Quetta, su capital y única ciudad del Baluchistán a la cual se la puede considerar como tal.

La población está compuesta por tres grupos étnicos: los Baluchis, mayoritario en la región y de origen turco-iraní, los Brahuis que descienden de la antigua civilización del Valle del Indus y viven en la parte central, y los Pashtunes, de origen indo-ario y establecidos principalmente en la zona noroeste del Baluchistán. Cada grupo habla su propio idioma, Baluchi (derivado del persa), Brahui y Pashtú y una de las características del Baluchistán es la amabilidad y hospitalidad de su gente, o sea de los hombres porque las mujeres no se ven por ningún sitio.

Todos los hombres visten el típico shalwar kamiz (pantalones holgados de algodón y una camisa larga y de mucho vuelo), una manta sobre el hombro para rezar, dormir o resguardarse del frío, y mientras los baluchis llevan turbantes blancos, los pashtunes utilizan unos gorros planos de lana llamados pakol. Las pocas mujeres que se dejan ver, tanto en Quetta como en el campo y en las aldeas, van en su inmensa mayoría cubiertas con el burka, tiendas móviles con agujeros estrechos para los ojos.

Exceptuando a Quetta, las leyes del gobierno central son prácticamente ignoradas en la región, el poder recae sobre los jefes tribales quienes se basan en las tradiciones y costumbres a la hora de impartir justicia y se oponen a su integración política dentro de Pakistán. Nos llama la atención la atracción que sienten por las armas, vemos niños jugar con pistolas y gente armada por todos los sitios, llevan el fusil al hombro como nosotros podemos llevar una mochila.

Por la mañana Dalbandín es un hervidero de gente (o sea, hombres) y el colorido de los puestos contrasta con el amarillo del desierto que nos rodea. A medida que van pasado los kilómetros el estado de la carretera va empeorando y se vuelve cada vez más estrecha, tenemos que apartarnos de los camiones, autobuses y jeeps militares que vienen de frente y circular con dos ruedas sobre las piedras fuera del asfalto.

Se están por cumplir nuestras primeras 24 horas en Pakistán y casi no hemos visto mujeres, sólo algunas a lo lejos de la carretera trabajando en la agricultura, cuidando los animales o lavando ropa en las aldeas, cubiertas de los pies a la cabeza. Las condiciones de vida de esta gente en el medio del desierto son muy duras, carecen de luz, se abastecen de agua a través de un pozo normalmente ubicado junto a la mezquita, viven en tiendas o en construcciones muy precarias y se alimentan de sus propios cultivos, por cierto no muy variados ni abundantes dadas las características del terreno.

Por fin llegamos a Quetta después de recorrer algo más de 300 kms aunque no podemos evitar hacerlo de noche. Conclusión: da igual si salimos a las 9 de la mañana o a las 12 del mediodía, por lo tanto para que levantarnos temprano si siempre llegaremos de noche a nuestros destinos... La importancia de esta ciudad está dada por su cercanía con la frontera con Afganistán y por haber sido una importante base mujhaidin en su lucha contra la ocupación soviética del país vecino. Tiene un cierto aire de ciudad fronteriza y no ha dejado de recibir refugiados afganos desde finales de los años 70, puede decirse que Quetta hoy en día es una ciudad afgana dentro de Pakistán.



NOCHE EN ZHOB


No hay una carretera directa que una Quetta con Peshawar, por lo tanto decidimos subir hasta Zhob y luego desviarnos hacia Dera Ismail Khan en lugar de continuar hacia el norte por la zona del Waziristán junto a la frontera con Afganistán, bastante peligroso por cierto. La carretera es estrecha, atraviesa por el medio de varios pueblos polvorientos que parecen estar sólo habitados por hombres, y tras recorrer 370 kms llegamos de noche a Zhob.

Mientras buscamos un hotel en dónde alojarnos, aparece gente (o sea, hombres) de no se sabe dónde, rodean el coche y nos miran con cara de asombro e incredulidad. Un hombre mayor consigue llegar hasta mi lado y me pregunta que estamos haciendo en Zhob, lo mismo me estaba preguntando yo en esos momentos... Cuando le respondo que buscamos un hotel en donde pasar la noche, me sugiere uno que está a unas cinco calles de allí y se ofrece a acompañarnos en su moto a través de las oscuras, estrechas y polvorientas calles del pueblo. El resto de la gente (hombres por supuesto) decide hacer lo mismo, transformándose el recorrido en una procesión. Cuando llegamos al lugar indicado, entre los hombres que fueron sumándose por el camino más los que se juntan en la entrada del hotel al vernos llegar, hay allí no menos de setenta personas.

Decidimos pasar la noche en el hotel sin nombre, en realidad un restaurante cerrado, con habitaciones en el primer piso, sólo hay un problema y es dónde pasa la noche el Toyota. Un chaval de nombre Kalim, en un perfecto inglés nos sugiere aparcarlo en el puesto policial distante a unos 150 metros del hotel, hacia allí nos dirigimos junto a toda la comitiva que nos acompaña desde nuestra llegada a Zhob. Ningún problema con la policía y mientras Luisa se queda en el coche me hacen pasar a las dependencias de lo que vendría a ser la comisaría, me presentan al jefe del puesto y me invitan a una taza de té mientras registran nuestros datos en un enorme y viejo libro.

Por la mañana nos despedimos de toda la gente (hombres) del puesto y me ponen al habla a través de un teléfono de campaña con alguien que me pregunta si está todo bien y hacia donde vamos, nunca supe quien era la persona con la que estaba hablando pero debería ser alguien importante porque no sólo hablaba algo de inglés sino que al terminar la conversación, el policía que estaba conmigo se puso de pie para saludarlo a través del teléfono! Dos policías en moto nos escoltan por la calle principal abriéndonos paso entre la gente (hombres, porque las mujeres no existen) hasta la salida de Zhob, no sé si para ponernos las cosas más fáciles o para asegurarse que nos vamos del pueblo...



CARRETERA A DERA ISMAIL KHAN


Dejamos atrás el Baluchistán para entrar en la tierra de los pashtunes, la Provincia de la Frontera Noroeste. Nos separan 220 kms de Dera Ismail Khan y no puede decirse que la carretera esté en buen o mal estado, porque ni utilizando la imaginación puede considerársela como tal. Es un camino de polvo y piedras en medio del desierto que atraviesa montañas (Suleiman Range) con precipicios a ambos lados, bordea cañones impresionantes, cruza por el lecho seco de varios ríos y cada tanto las huellas desaparecen sin dejar rastros por donde continuar. Es espectacular sin lugar a dudas, a pesar del cuerpo dolorido y del polvo que lo invade todo.

En un momento determinado las huellas acaban en un río bastante correntoso y dudamos entre vadearlo o no, teniendo en cuenta que del otro lado de la orilla nada indica que el camino continúe en esa dirección. Decidimos esperar por si otro vehículo pasa por allí pero mi paciencia se agota rápidamente, entre otras cosas porque hace ya bastante tiempo que se me acabaron los cigarrillos...

Regresamos unos tres kilómetros hasta un sitio en donde habíamos visto unas camionetas que se utilizan para transportar personas, detenidas junto a un par de chozas en lo que vendría a ser una parada de descanso. La idea es ir detrás de alguna que fuera en nuestra dirección y grande fue la sorpresa cuando entre todos los que se acercan a mirarnos como si hubiésemos aparecido de otro planeta, aparece la cara risueña de Kalim, el mismo chaval que la noche anterior nos había sugerido dejar el coche en el puesto de policía de Zhob. Tras las fotos de rigor y de regalarme Kalim un paquete de cigarrillos (los compró allí mismo y no quiso aceptarme el dinero), continuamos la marcha detrás de la camioneta en la que él mismo viaja.

El río debemos vadearlo no una sino hasta cuatro veces como mínimo, el camino es inexistente y las huellas imposibles de reconocer. Tras circular durante varios kilómetros detrás de la camioneta, retomamos el camino y seguimos por nuestra cuenta. Sin la ayuda de esta gente (hombres por supuesto), hubiese sido imposible salir de allí. Después de más de seis horas de viaje, llegamos finalmente por la noche a Dera Ismail Khan, a orillas del río Indus.




Primer control militar en la carretera entre Taftán (frontera) y Dalbandín


Hotel Al-Aman en Dalbandín, personal de custodia. Lo bautizamos como el CHE PAKI, quién no duerme seguro con un personaje como éste ?


Desierto del Baluchistán


Segundo control, Dalbandín-Quetta. En cada control nos reciben con una taza de té y nos piden fotografiarse con nosotros


Muerto antes que deshonrado...


Venta de combustible en la carretera que atraviesa el desierto del Baluchistán


Mezquita en el desierto del Baluchistán


Quetta, vendedor de repuestos de coches. Nos exigió una foto !


Carretera Zhob-Dera Ismail Khan, entre montañas y desierto


Desierto del Baluchistán, la soledad y el paisaje son imponentes


Detrás de la camioneta de Kalim, que nos va guiando por el polvoriento camino


Dera Ismail Khan, después de cinco días en Pakistán, una de las primeras mujeres que vemos en la calle...